AZERBAIYÁN: Petróleo, Fuego y Suzuki

La semana pasada hablábamos del particular hombre de una sola pierna y de la maravillosa capital de este país, la ciudad de Bakú. Hoy vamos a salir de la ciudad a conocer lugares de lo más inusuales. ¿Os venís?

Si no leísteis el artículo anterior, lo podéis hacer aquí. ¿Estamos todos ya al día? ¡Vámonos!

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Antes de ponerme a explorar fuera de los límites de la ciudad, fui a cenar con un grupo de locales que había conocido y, como en Armenia y Georgia, me volvió a sorprender que las mujeres prefieren a los extranjeros. No especialmente por mí porque no iban por ahí los tiros (o lo mismo sí y no me di cuenta… ¡cachis!). Una de ellas en concreto era una refugiada de Nagorno Karabaj expulsada junto con su familia por los armenios. Menudo follón tienen allí formado… En fin, con la que está cayendo a nivel mundial en materia de conflicto, pues una más.

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En Azerbaiyán no parecen estar muy preparados para el visitante occidental. Poca gente habla inglés (excepto los más jóvenes) aunque el ruso es muy común (lógicamente por su pasado soviético). Eso no hace las cosas sino más divertidas, para qué os miento. Da gusto ver como uno agudiza el ingenio para comunicarse por lugares extraños.

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Uno de estos lugares, y de los primeros a los que desplacé, fue Balaxani. Fui con un chico polaco que conocí en el hostel. Un crack el tío y, además, hablaba un poco de ruso. Balaxani no es en absoluto un sitio turístico pero es de lo más… Os explico. Resulta que aquí, en el siglo XIX, el petróleo emanaba del suelo por todos lados como si de géiseres se tratase alcanzando alturas de 10 metros.

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Muchos trabajadores fueron allí a ganarse la vida y, hoy en día, lo que hay es una extensa explotación petrolífera alrededor de la población. Uno de los lados oscuros de su historia es que, con tanto trabajador masculino, había una ratio de varios hombres por mujer. Esto convirtió Balaxani en la meca del acoso sexual. Mujeres que para salir de sus casas tenían que ir armadas y escoltadas y muchas que fueron violadas. También hubo otros muchos capítulos oscuros aquí pero vamos a continuar y hablemos de cosas más bonitas.

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Cuando salimos de Balaxani, nos metimos en un autobusillo local en el que el conductor llevaba un cigarrillo pegado al labio como si fuese parte de su cara. Una vez dentro, una mujer se me quedó mirando, sonrió y me enseñó una dentadura completa de oro. ¡Qué gran partido! Bueno, si se le hubiese partido, claro. Ahí estaba yo listo para tirarme en plancha a por los trozos.

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¿Sabéis como le indican al conductor que debe parar? Pues dando un buen par de host… al techo y frenazo al canto. Baja gente, sube gente y todos los hombres, sin excepción, ceden sus asientos a las damas. Además, preguntes a quien preguntes, se desviven por indicarte como llegar a los sitios. Qué majos.

Tras ir de un autobús a otro y tiro porque me toca, llegamos a Ateshgah, el Templo del Fuego (Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO). Sus devotos llevan visitando este lugar mogollón de tiempo porque tiene más años que Carracuca. En concreto es del siglo XVIII.

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Después de tomar unas fotos y quemarnos las pestañas, nos fuimos a Yanar Dagh, el fuego eterno. Imaginaos, una colina de la que sale fuego de su superficie. ¡Súper cool! Que te quedas sin mechero, te vas allí. Que tienes frío, te vas allí. Que te quieres depilar un brazo en un periquete como yo, te vas allí…

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Que “gonito” todo… Otro día me fui a Gobustán, al Sur de Bakú. El asunto es que no se pueden visitar los sitios interesantes de allí sin un vehículo así que, con unas llamadas a otros hostels, se formó un grupo. Vaya grupo… ¡VAYA GRUPITO! Éramos cuatro. Un japonés que solo hablaba japonés, una rusa que solo hablaba ruso, un rumano que afortunadamente hablaba algo de inglés y un conductor/guía/intérprete que… no tenía ni idea de coches, no conocía los lugares y nadie sabía en qué idioma hablaba. Un grupo totalmente disfuncional. Claro que no tiene por qué pasar nada… pero pasó… ¡LAS RISAS!

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La rusa ya apuntaba a maneras porque tenía caras largas de forma permanente, el japonés parecía quejarse de todo (aunque nadie le entendiera), al rumano se le cerraban los ojos porque acababa de aterrizar de no sé donde carajos y el conductor estaba más perdido que mis abdominales. Eso sí, no dejaba ni de sonreír ni de decir cosas ininteligibles.

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Conseguimos llegar, preguntando por aquí y por allá, al lugar en el que se encuentran unos fantásticos petroglifos de la Edad de Piedra con escenas de caza, danzas y otras costumbres de la época en la región. La rusa no paraba de hacerle fotos a la gente y de hacerse selfies con el fondo equivocado aunque sonriendo (solo le vimos sonreír en los selfies porque, al margen de éstos, tenía siempre cara de vinagre y balbuceaba conjuros en ruso).

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El japonés iba a toda velocidad. Se vio al trote todas las piedritas (4.000) y ya estaba en el coche dando golpecitos al reloj de forma bien visible. Por su lado, el rumano se iba durmiendo en cada piedra. Vamos, todo un cuadro.

Desde allí hay unas vistas excelentes del Mar Caspio que es el lago más grande del mundo pero tampoco lo vimos mucho porque a Hirohito le iba a dar un pasmo y bastante teníamos ya.

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Cuando nos decidimos a ir a los volcanes de lodo que se encuentran en el desierto de la misma región llegó el clímax del día. ¡Más risas! Por supuesto, nos perdimos. Tanto, que tras unos buenos kilómetros por el desierto, acabamos en un vertedero y cuando conseguimos encontrar el rumbo tiempo después, el coche dijo basta. A Okinawa le iba a dar un infarto y se puso a pegar gritos por el desierto, la remera del Volga, con su vestidito cuqui de comunión, estaba al borde del soponcio, el rumano se iba apoyando en todos los rincones del coche para echarse una cabezadita y el conductor levantaba las manos como diciendo: “¿Y ahora?”.

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Todos nos asomábamos al capó para ver si éramos capaces de descifrar algo (como si supiéramos mucho) y mirábamos al horizonte. En ese momento, Fukushima pegó un grito desgarrador (en algo parecido al inglés) que se entendió muy bien: “¡¡¡Haberte comprado un Toyota!!!”. En ese momento de confusión, llegó la tormenta. La de verdad, con sus truenos y su agüita. A mí me entró la risa y, al cabo de un rato, pasó por allí un coche de mantenimiento de antenas que se paró y nos arreglaron el no-Toyota. Menos mal porque la rusa me estaba poniendo de los nervios con sus caretos.

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Finalmente, llegamos a los volcanes de lodo. Es una divertida visita donde se ven pequeños y burbujeantes cráteres que lanzan lodo frío a diestro y siniestro. La mejor foto mía allí es la que veis a continuación porque todas las demás tienen el dedo de Suzuki.

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Y llegó la hora de volver a casa pero la excursión no podía terminarse sin que el coche se volviese a estropear en medio de la autopista. No habría sido un viaje completo, no. Ahora el radiador estaba seco así que no había otra que encontrar agua. En una fábrica que encontramos nos dieron una garrafa, nosotros añadimos la que teníamos para beber para completar y seguimos ruta.

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Cuando llegamos a Bakú, Nagasaki le gritó al conductor: “¡¡Dame el dinero del agua que se ha bebido el coche!!”. De nuevo, gran tensión. El conductor sonrió, la rusa puso su peor careto, el rumano se durmió y yo solté una carcajada…

¡Hasta la semana que viene!

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