Las Islas Azores son, sencillamente, espectaculares. Con una belleza paisajística como pocas, unas gentes muy amables, una tranquilidad deseada y una buena comida… ¡No sé como no vamos más! Esta semana nos vamos a un archipiélago portugués que satisfará los deseos de muchos en un lugar cada vez con más fácil acceso.

Dejamos atrás Argelia y nos adentramos en el Océano Atlántico en dirección a las Américas y nos paramos en “tol” medio para conocer unas islas preciosas. ¡Vámonos!

Así es, a unos 1500 kilómetros al Oeste de la costa portuguesa y a unos 1000 al Noroeste de Madeira se encuentran nueve joyas. Hace no mucho tiempo, la escasez de vuelos a estas islas las hacía un poco incómodas para visitar pero hoy en día, con la apertura en las rutas aéreas comerciales, están más cerca que nunca y, la verdad, merecen todo la pena. Aunque solo sea por sentirte lejos de todo y en paz.

También es un lugar para la aventura, bucear, ver ballenas, navegar, surf, senderismo, montar a caballo, tirar de bicicleta, para respirar… para perderse…

A mí me encantaron y volvería sin dudarlo. ¡Hay tantas islas que conocer y tanto por descubrir! Afortunadamente, pude disfrutar junto a una buena amiga viajera, un poquito de ellas. Nos lo pasamos de lo lindo. Os cuento, os cuento…

Este archipiélago se divide en tres grupos de islas. Las del Oeste (Flores y Corvo), las del centro (Terceira, Graciosa, Sao Jorge, Pico y Faial) y las del Este (Santa María y Sao Miguel). En esta última, que es la mayor de todas ellas, se encuentra la capital, Ponta Delgada. Empecemos por ahí…

Las Azores son bastante rurales en general y Ponta Delgada (así como algunas de las capitales de las otras islas) es de los pocos núcleos urbanos de cierta relevancia. No obstante, aparte de algún edificio alto que otro, no da la sensación de estar en una ciudad.

Nosotros, el tiempo que pasamos en la capital, nos alojamos en el edificio más alto de la city y las vistas eran increíbles del mar, la ciudad y parte de la isla. Y es que, las Azores son un mirador permanente no importa a donde vayas.

La ciudad es tranquila, muy tranquila. Se presenta con sus calles empedradas, con sus preciosas iglesias de suprema recarga ornamental, sus pórticos del siglo XVIII, su puerto, sus mercados y, como no, sus tabernas y tascas.

Ojo, que no es lo mismo una taberna que una tasca. Estas últimas son más caras. Yo creo que en España ya llamamos bar a todo. A nosotros nos daba un poco igual, íbamos de taberna en tasca y de bar en garito probando cervezas y, sobre todo, muy buenos vinos.

Los mejores eran de Douro (procedente de la parte continental de Portugal) pero el vino de Pico estaba muy rico a la par que afrutado. Todos ellos regando suculentas lapas, unos torreznos de infarto, unos fiambres de lujo y buenos quesos.

Había una taberna en la calle del mercado que era una maravilla. Como lo era también dentro del mismo el Rei de los Quesos donde probamos todo lo que nos pusieron por delante. Y cuando teníamos que recapitular las aventuras del día, una cervecita fresquita en la Baia do Anjos con la brisa del mar en la cara.

Por las noches, los jóvenes estudiantes (como yo…), iban cantando de taberna en taberna (parecía la tuna) con sus capas negras (no de tunero, allí es que las llevan todos -sin los lazos y demás colgajos de los tuneros indicando sus hazañas- ¡Qué viva la tuna!). Y, nosotros, con nuestros vinillos, ¡pues nos uníamos un poco al ambientillo de la calle!

Tras una breve estancia, llegaba el momento de lanzarse a explorar un paisaje más cercano al Señor de los Anillos que a otra cosa. Increíble, verde, azul, precioso…

Pero eso ya os lo cuento la semana que viene ¡que me han entrado ganas de tomarme una buena cerveza!

¡Hasta el lunes!

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