UARZAZAT, MARRUECOS: Un Desierto de Película

Hoy os voy a llevar al desierto. A uno muy bonito, majestuoso, romántico… De esos en los que las estrellas te invitan a soñar de noche y el sol a buscar sombra de día. Hoy volvemos a Marruecos, ese país tan cercano como fascinante.

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Así que dejamos los Budas que conocimos la semana pasada en el Sur de Taiwán y nos vamos a Uarzazat (Ouarzazate), la puerta del Sahara, ese desierto que tanto apasiona y, al mismo tiempo, asusta.

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En una ocasión os hable de Chauen, ese pueblito de intenso azul que hace las delicias de los visitantes de esta gran nación. En ese artículo, como contraste, nos vamos a los confines de la misma. De hecho, casi a la frontera con Argelia. Allí donde los dromedarios son los reyes y el agua escurridiza. ¡Vámonos!

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Uarzazat es una pequeña ciudad estratégicamente situada, cruce de caminos de comerciantes de antaño y lugar para abastecerse antes de acometer la inmensidad del Sahara. Se encuentra en la provincia de su mismo nombre que, a su vez, forma parte de la región de Sus-Masa-Draa.

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Algunos llegan desde Marrakech, otros volando, otras desde puntos más recónditos y otros, ni llegan. Yo, simplemente, llegué. En sí misma, la ciudad no tiene mucho que ofrecer al visitante pero lo que la rodea sí. Alquilé un coche y me dispuse a dirigirme, con una amiga viajera, al desierto. Se me salían las ganas por las orejas. De vez en cuando hay que ir al desierto. Ese silencio es difícil de superar. Sin duda alguna, un buen lugar para reflexionar.

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El objetivo era llegar a Erg Chigaga, esa mágica porción de desierto de grandes dunas a escasos kilómetros de su país vecino. Pero no es un ratito de carretera y ya, no… Más bien son unas cuantas horas por asfalto y luego otras tantas de desierto (dependiendo de por donde entres serán más o menos).

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El camino en sí ya es genial. Sugerentes montañas, densos palmerales, antiguos asentamientos que vieron tiempos mejores, la ciudad de Zagora y señales que nos van indicando que nos acercamos a lo mejor… Nunca falta la paradiña para echarte un pis en un pueblecillo en el que se te acerca alguien y, sin darte cuenta, estás sentado en una tienda de alfombras y collares con un té en la mano. Qué artistas… Pero majos, muy majos.

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A partir de Zagora (e incluso antes de llegar) ya hay dunas preciosas y desierto de verdad. Lugares en los que pararte o no, en los que pernoctar o no. Todo es una maravilla aunque, cuanto más te adentras, más idílico es. Y, por supuesto, arena, mogollón de arena por todos lados. Arena y más arena. Mucha arena. Trillones de granos de arena que compiten con trillones de estrellas en el firmamento por las noches al amparo de la luna.

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Nosotros dejamos nuestro coche en un punto y, a partir de ahí, un 4×4 y un dromedario hicieron el resto. Nunca puede faltar un paseíto o paseote en dromedario por allí porque es parte de la experiencia y los pobres se aburren como ostras, todo sea dicho. Una visita les da vidilla y les aporta nuevos amigos. Contadle vuestras cosas que saben escuchar muy bien y no echan nada en cara excepto algún gapo.

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Aquella noche la pasamos no muy lejos de Erg Chigaga pero no en sus campamentos. ¿Qué mejor que en un lugar donde estás tú, tu compañía y tus estrellas? Tras una fantástica cena bereber entre dunas, dormimos en medio de la nada pero… con estilo… Había dormido muchas veces en el desierto de muchas formas distintas pero nunca así. ¡¡Un lujo!!

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El entorno invita a divagar sobre la vida, a hacer planes, a marcar objetivos y, en esa cama, a dormir a pierna suelta. La brisa y el frescor nocturnos del desierto son, sencillamente, una experiencia para repetir una y otra vez.

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A la mañana siguiente, unas horas por el desierto en 4×4 hasta Erg Chigaga. Dromedarios, muchos dromedarios por allí preguntándose porqué tienen joroba.

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Erg Chigaga es un lugar visitado regularmente así que tienen unas cuantas jaimas puestas para dormir allí mismo. Si las dunas que habíamos visto hasta ese momento eran bonitas, éstas también lo eran pero en formato grande, grandote.

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Se pueden subir, claro. Despacito, ¿eh? Que cansa un huev… Correteas para arriba, correteas para abajo, te dejas caer como una croqueta… Y ojo con no llevar zapatos porque yo, muy chulito yo, me quemé los pies de lo lindo en una de las ocasiones y estuve jurando en bereber un buen rato.

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Es una pasada simplemente caminar por las dunas, sentarse en la picota a observar el horizonte, taparte para no quemarte la calva, tomarte un té con los pocos que pasan allí buena parte del año aunque no haya visitantes, disfrutar el entorno… En resumen, muy recomendable, no está muy lejos y es relativamente barato.

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Y, como llegamos, pasado un tiempo razonable, nos fuimos, porque Uarzazat no es solo desierto, no. Hay más, mucho más y, de entre esas cosas que hay, os adelanto que algunas las habéis visto todos (o el 99% de vosotros) aunque no hayáis ido y no lo sepáis. Así que decimos adiós al desierto y la semana que viene os lo cuento…

¡¡Hasta el lunes!!

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