Vietnam ofrece mucho, muchísimo y Hanoi, su capital, es mucho Hanoi. Atrae porque mola y mola porque atrae. Al que le gusta la esencia del Sudeste Asiático, no se la puede perder…
Así que hoy dejamos un largo periplo por la hermosa isla de Cerdeña en Italia y damos un gran salto para irnos a la capital de Vietnam. ¡Acompáñame!
No era la primera vez que visitaba Vietnam pero nunca había estado en esta ciudad y tengo que decir que volvería porque me encantó de verdad. Aparte de estar cargada de historia, se respira lo antiguo y lo moderno, se siente esta región del mundo de forma intensa, te envuelve…
Hay mucha gente, sí. Hay “pipol” por todos lados (no por nada tiene casi ocho millones de habitantes) y despliega ese caos característico que a algunos abruma y a otros fascina. A mí, por supuesto, me fascina.
Motos a diestro y siniestro que no respetan semáforos ni aceras, masas de jóvenes por las noches por sus zonas más animadas, toda la banda comiendo pipas, chiringuitos y mercados por todos lados vendiendo de todo (hasta culos postizos como podéis ver en la siguiente foto), ruidos, aromas… Es un poco: “¡¡Sálvese quien pueda!!” pero es que mola todo…
Una de las grandes ventajas de Vietnam para el visitante en general es que es barato. Puedes dormir, comer y comprar a precios increíbles en comparación con otros destinos. Eso lo convierte en un lugar excelente para viajar disfrutando de un entorno que dejará recuerdos imborrables a cualquiera.
Además, mucha gente habla inglés con lo que se facilitan mucho las cosas a poco que uno se defienda un poquito. Aunque por señas nos entendemos todos en cualquier lado, ¿o no?
Por las noches, especialmente en fin de semana, la zona del centro tiene un ambientazo difícil de superar. Decenas de bares y restaurantes con la música a tope, petado de propios y foráneos dándolo todo… Vamos, que vas caminando, o mejor dicho, levitando al ritmo de la calle. ¡Flipante!
Luego te paseas por los innumerables mercadillos (en los que hasta puedes ver cómo queman dinero falso en las aceras en su creencia de que así se atraerá negocio) y te compras mil cosas que no sabías ni que necesitabas pero, oye, a esos precios…
No quiero olvidarme tampoco de lo que a nivel turístico ofrece la ciudad como el Puente de Long Bien, el mausoleo de Ho Chi Minh, la One Pillar Pagoda, el Templo de la Literatura, la Catedral de St. Joseph, el Museo de Historia Militar y otros tantos lugares que bien merecen la pena una visita…
O el muy especial Lago Hoan Kiem y sus alrededores en el casco antiguo con su iluminación nocturna y su animación permanente que hace un poco de centro neurálgico de la actividad. Por allí hay algunos cafés como el Dinh que, aunque cuesta encontrarlos, es una excelente oportunidad de integrarse con los locales en su propio mundo. Te pides un café, te pones a comer pipas y ya estás inmerso…
¿Y qué puedo decir de los restaurantes? Pues que son una maravilla. Y es que, en Vietnam, comer es una orgía sublime de sabores. Altamente recomendable, barato y, en algunos casos, toda una experiencia.
Como guinda y curiosidad sobre la ciudad, os comento hay un lugar allí que es difícil de ver en otras poblaciones del mundo: ¡Una calle por la que pasa el tren a escasos centímetros de las ventanas de sus vecinos! Es verdaderamente increíble. Hasta uno de ellos ha puesto un mini-bareto en mitad de la calle.
Te pone un par de sillas, te plantifica un par de cervezas y ¡hala! a esperar a que pase el tren. ¡¡OJO!! Que es tan peligroso como suena… Literalmente el tren deja poquísimo espacio a ambos lados cuando pasa…
Y con Hanoi, Sudeste Asiático auténtico, os dejo por hoy…
¡Hasta el lunes que viene!
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