El pasado lunes comenzamos a hablar de esta gran megalópolis pakistaní de más de 15 millones de habitantes. Ese caos “organizado” mezcla de desarrollo y pobreza del que, en esta ocasión, os voy a seguir hablando. Si no tuvisteis oportunidad de leer la primera parte, aquí la podéis encontrar. ¡Seguimos!
Íbamos mi improvisado guía y yo en su coche por las bulliciosas calles de Karachi charlando de esto y de aquello al tiempo que hacíamos las rotondas por el camino más corto (como parecían hacer todos los conductores de la ciudad, por cierto) cuando le pregunté por las costumbres matrimoniales en la city.
Se ruborizó al comentarme que él, como cada vez más gente en aquel lugar, ya no se quería someter a un matrimonio concertado aunque era muy habitual. Me reveló que tenía una “little girlfriend” (pequeña novia). Yo le respondí: “¿¿Little?? ¿¿Cuánto de ‘little’?? ¿15? ¿16? No jod…”. Y él se apresuró a explicar lo que significaba “little” en cuanto a novias se refería con un: “No, no, significa que no es oficial. Que es una noviecilla… Nada serio… Es que yo quiero ser moderno…”. Me calmé y seguimos conversando sobre las diferencias culturales en el mundo.
En plena conversación llegamos al Museo de la Fuerza Aérea. Y es que Pakistán es un país muy orgulloso de sus fuerzas armadas y de su capacidad ofensiva. Esto se resalta especialmente cuando se habla de la India, país con el que tienen un conflicto eterno.
Al llegar no nos dejaron pasar y nos pusieron malas caras. ¿Por qué? Porque ese día no podían entrar hombres sin la compañía de mujeres en el grupo ¡Imposible! ¿? Se me hizo un nudo en el cerebro. ¿Estamos locos? Tras una charla con los allí presentes (que eran unos cuantos custodiando la puerta de forma distendida) fumándonos unos “pitis” se calmó la cosa y entramos alegremente.
Un lugar para ver aviones de guerra, misiles y cualquier otro artefacto destinado a combatir por aire. Interesante lugar aparte de muy visitado.
Y llegó la hora de tomarse un té (al que mi nuevo amigo me invitó). El sitio al que me llevó, en medio de un descampado urbano, era para locales… y mafiosos… Madre mía ¡Menuda fauna que había allí! Todos me miraban con cara de “¿Y, tú? ¿Qué carajos haces aquí?”. La verdad es que no encontraba yo el momento de sacar la cámara sin que me pisaran el cuello así que os la debo, jeje. El agua con el que hacían el té ya era verde de por sí… Pero aquí sigo… Siempre hay formas creativas de “beberse” un té, ¿no?
Es cierto que, por lo que pude percibir, el carácter de los habitantes de la ciudad era algo agresivo en ocasiones. Un gran contraste con los pakistaníes de otras zonas de las que algún día os escribiré. En cualquier caso, no me extraña. Vivir en grandes y caóticos lugares puede agriar el carácter a más de uno.
Pero no todo en Karachi, una ciudad a merced del crecimiento caótico sin receso, son moles de cemento y casas que se caen… ¡También hay playas! Nosotros fuimos en concreto a Clifton Beach, una playa que parece ser el lugar de reunión de muchos lugareños y que, poniendo a un lado la cantidad de mier… que habita sus arenas, es un sitio de lo más curioso.
Las motos entran hasta el mismísimo agua, hay mucha gente de fiesta, bailando, cantando… Hay camellos, caballos, puestos de todo tipo de comida, ruido, gente haciendo… ¡De todo! Me dejó perplejo y hay que reconocer que es de lo más divertido estar allí y formar parte del momento.
Más allá del mar, no faltó la antigua estación de tren, la catedral (sí, sí…) y, por supuesto, los bazares como el de Bohri o el de Saddar donde se puede encontrar de todo… pero de todo, todo. Hasta los clásicos calzoncillos “Fuma” (que no Puma) con una etiqueta que podría rezar así: “Disfrute de la áspera rugosidad de los calzoncillos Fuma, una prenda en la que la zurraspa se asienta dejando recuerdos indelebles y que le hará decir ‘Adiós’ al sarpullido tradicional y ‘Hola’ a una dermatitis aguda permanente. Y recuerde, las pelotillas están a la vuelta del primer lavado como siempre deseó.”. Me encantan estos mercados allá en cualquier lugar del mundo. Muy socorridos.
Para terminar, visitamos el Mazar-e-Quaid (Mausoleo Jinnah), donde reposan los restos del fundador de la nación, Muhammad Ali Jinnah. Es un lugar icónico en la ciudad que está lleno de gente a todas las horas en las que está abierto. Un centro de peregrinación, de alguna forma. Esa fue la guinda a una visita llena de emociones.
Con todo, Karachi me gustó porque todos los lugares del mundo tienen su encanto.
Ya solo me quedaba esperar a que saliera mi vuelo por Dubai hasta Kabul, la capital de Afganistán, pero esa ya es otra historia.
¡Hasta la semana que viene!
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