RAROTONGA (ISLAS COOK): Donde Todo es Raro

Las islas del Pacífico son siempre una colección de postales de ensueño. Playas increíbles, aguas cristalinas, collares de flores, música alegre… Pero no todo podía ser así. También hay islas donde todo es un poquito más raro… Así es Rarotonga

Nos alejamos, y mucho, de Las Vegas donde me hacía la semana pasada una foto con Elvis y ganaba dinero jugando al póquer y volamos a Oceanía, ese continente que me vuelve loquito. El viaje de hoy nos lleva a las Islas Cook, a mitad de camino entre Hawaii y Nueva Zelanda. Os voy a contar algunas de mis andanzas por allí…

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En una ocasión os llevé a Aitutaki, en las Islas Cook también, donde he visto y disfrutado de algunas de las mejores playas del mundo. Hay que ser honestos, Rarotonga no es Aitutaki ni de lejos pero es parada indispensable para llegar a menos que tengamos un yate o un velero navegando por el Pacífico… ¿Alguno por ahí? Pues que se estire, que yo amoyo todo el foque que haga falta.

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AITUTAKI

 

Pero todo lugar tiene su encanto y esta isla también lo tiene. Lo primero que me sorprendió de RAROtonga es que todo es raro… el Restaurante Raro, el Hotel Raro, el Club Raro, el Supermercado Raro y, por supuesto, José el Raro, es decir, yo. Ya me imagino a algún americano allí tratando de pronunciarlo todo haciéndosele un nudo en la lengua.

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Que majos… Hasta te dicen la dirección del McDonalds más cercano. Fijaos bien… Pero un poco raro que esté a la altura de París.

 

Luego había otras curiosidades como que el papel de inmigración al entrar tiene más publicidad que campos a rellenar o que en la ficha de instrucciones de los aviones domésticos se te indica que tienes que enviar un email antes de salir del avión en caso de catástrofe.

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Como se puede observar en la foto, está clarísimo que, en el paso tres de la apertura de la salida de emergencia, hay que tener la sangre fría de sentarse en un cómodo sillón y mandar un email a tus familiares y/o cambiar tu contraseña de Amazon por si no sales vivo y quieres evitar ser estafado a título póstumo. Bien pensado el procedimiento aunque un poco difícil de ejecutar mientras te pasa la gente por encima al grito de “¡¡¡Vamos a moriiiiir!!!”.

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Y hablando de fotos, tengo que decir que no tengo muchas de esta isla porque la cámara petó. Dijo basta durante unos días.

Un domingo me levanté (en el Hotel Raro) y fui todo feliz a saborear con ansias mi desayuno incluido: “¡Buenos días, señores amables y raros! ¿El desayuno? ¡Ñam, ñam!”, “No está listo, señor también raro. Vuelva más tarde”. Esta situación se repitió varias veces ¡hasta las 11:30 de la mañana! A ver, yo soy de isla tropical y sé que a veces el ritmo, con el calor, no es el mismo pero… ¡Qué hambre! Total, que a las 11:30am terminé con un tarugo de pan y un zumo de no sé qué movida.

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Allí los domingos no abren ni los ojos. Y para muestra un botón. Tras mi no copioso desayuno me aventuré por la isla en un autobús circular que tienen para ver qué encontraba abierto. ¡Nada! Excepto… Un chiringuito de playa con cervecitas. Como no era mala opción, me atornillé allí a la barra y me tomé un par con un par y el estómago casi vacío. Claro, se me subió, me entró un sueño supino y me quedé allí medio tostado hasta que llegó un pibe y empezó a hablarme. Es ese que veis como meditando en la playa.

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Llevaba un tiempo en la isla y me recomendó otra playa con un restaurante abierto que estaba molón. Como él tenía un scooter, me llevó y yo encantado de la vida con la brisa en la cara para despejarme. Pero cuando llegamos al restaurante se me acopló más tiempo del esperado y empezó a darme tal brasa que me empezaron a palpitar los párpados. Que si quería montar un club de buceo, que por qué no nos aventurábamos juntos, que si esto que si aquello y que si el cangrejo caminaba hacia atrás.

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En esto me concentraba yo mientras me hablaba

 

Ante el bombardeo, y yo a punto de hincar rodilla ante la vida, le pedí al camarero que me trajera algo de picante para la comida a ver si me espabilaba un poco (al hombre este ya solo le oía como de fondillo) y me dijo: “¿Picante? Sí, claro. Ahora mismo.”. Menos de un segundo después me puso dos pimientillos amarillentos en el plato. ¿Pero de dónde carajo los había sacado? Me di la vuelta y vi una mata justo detrás donde crecían. ¡Eso sí que es chile fresco! Y un poco raro…

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Mi nuevo “amigo” me dejó la cabeza como un bombo y me abrí del restaurante en forma de alicate a seguir dando la vuelta a la isla. Tiene su punto pero ya tenía la cabeza puesta en las nuevas islas que iba a visitar.

¡Hala! Otro día os cuento más cosas. Por cierto, ¿sabíais que en Rarotonga os podéis sacar un carnet de conducir de las Islas Cook en el momento? Bonito y útil recuerdo…

¡Hasta la semana que viene!

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