¿Sabíais que San Marino es la república más antigua del mundo y su quinto país más pequeño? Aparte de pintoresco y estar cerca del mar, poca gente se aventura a descubrirlo, ¿Por qué? ¡Porque pocos se paran a pensar que existe! Pues yo os voy a poner a pensar porque merece la pena la visita si estáis en Italia y no demasiado lejos.
Entonces nos alejamos de los bosques de manglar de Sundarbans en la India que recorríamos hace unos días y nos vamos a Europa, a una diminuta nación que se encuentra más o menos a mitad de camino entre Venecia y Roma. ¡“Güelcom tu” San Marino!
Rodeada por Italia a lo largo de todo su perímetro está la Serenísima República de San Marino. Ojo, que no me he inventado yo el nombre, ¿eh? Que se llama así. Y la verdad es que serena, lo que se dice serena, es. Aunque su historia no lo fue tanto.
Allá por el año 301 d.C., cuando los smartphones no estaban todavía muy de moda y Jordi Hurtado era todavía un chaval, se encontraba por la zona un tal Marinus el Dálmata que era albañil y cantero aparte de ferviente cristiano. Un tío muy majete que iba dando sermones en Croacia, al otro lado del Adriático, y el emperador de Roma, Cayo Aurelio Diocleciano Augusto (Diocleciano para los amigos), estaba hasta las narices. Corrían los tiempos de la llamada “Gran Persecución” contra los cristianos.
Así las cosas, Marinus se fue por patas a Italia y se instaló en el Monte Titano a unos 10 kilómetros de la costa. Un lugar tranquilo y alejado donde se puso a construir que era lo suyo. Una pared por aquí, una tejadillo por allá y se atrincheró. Cuando se daba un pirulo por allí Diocleciano le gritaba desde abajo: “¡Venga Marinete! ¡Baja ya que tenemos aquí unas uvas que flipas! Y Marinus le respondía: “¡Que no! ¡Que paso! ¡Yo me quedo como Chanquete!” al tiempo que cogía un pedrolo y hacía ademán de tirárselo a la cabeza.
Pasaban los siglos y llegaban otros perseguidos y refugiados. Allí atrincherados resistieron agresiones y todas las zanahorias que unos y otros les pusieron por delante. Atornillados a sus piedras han aguantado hasta hoy. Unos cracks. Actualmente, el territorio se compone de unos cuantos kilómetros cuadrados alrededor del Monte Titano.
Yo fui con mi hermana Emma en coche desde Roma atravesando una parte de la Toscana. El paisaje de la Toscana es una maravilla, sí… pero tiene unas curvas importantes y la pobre Emma, a mitad de camino, me miró con los ojos idos y me dijo: “Para… Por favor…”. Aquel fue el primero de una serie de vómitos que fuimos dejando por aquel mágico entorno que quedó bien decorado a nuestro paso. Esperemos que sirva, al menos, para marcar la ruta a futuros visitantes. Cuando llegamos a nuestro ansiado destino, rebautizamos San Marino como San Mareíno.
Este país es pequeeeeeeeeño pero muy boniiiiiiito. De marcado carácter medieval, sus estrechas calles empedradas, sus esbeltas fortalezas y sus fantásticas murallas te trasladan a otras épocas. De fondo y presente, la costa adriática italiana. Si a eso le sumas, como en nuestro caso, el ir en fechas de celebraciones locales con arlequines, trovadores y música de antaño, hace de tu visita una gran experiencia.
Tanto de día como de noche porque iluminan las calles, los puestecillos te ofrecen suculentos productos locales y es una delicia pasear por allí mientras respiras historia. Un entorno seguro, unas gentes fantásticas y mucha serenidad, por supuesto. Eso sí, para arriba y para abajo ¡que esto no deja de ser el Monte Titano! Que es la parte más atractiva de San Mareíno.
Nosotros nos lo pasamos genial el tiempo que estuvimos allí y, aunque nos fuimos con penita, salimos encantados sin acordarnos de que, para llegar, habíamos dejado el camino como un bebedero de patos.
¡Hasta la semana que viene!
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Fui a San Marino desde Bologna.
Un abrazo.
León Hochman.
Aupa¡¡¡Como siempre, un lujo leer tus andanzas. No te preocupes por las curvas y la siembra que hizo tu hermana, es abono¡¡¡
Un abrazo campeon
Lola