¿Os acordáis de un país llamado Yugoslavia? ¿Y de la Guerra de los Balcanes? Tiempo ha pasado desde que en los años 90 tuvieran lugar estos cruentos enfrentamientos que llenaron de sangre la región. Uno de los principales actores del conflicto fue Serbia y es allí a donde nos vamos hoy.
Decimos adiós a Bob Marley y su “cigarrito” en San Vicente y las Granadinas del lunes pasado y pegamos un salto a los Balcanes en Europa. ¿Que dónde están? Pues la versión campechana sería: “abajito” de Hungría y a la “deret-lla” (que soy canario) de Italia. Allí se encuentra un grupo de países que antaño formaron un país llamado Yugoslavia.
Para haceros el cuento corto a los que sois más jóvenes, os diré que se juntaron distintas regiones y estados autónomos que tenían grandes diferencias culturales, étnicas y religiosas. Una olla a presión que un buen día hizo “¡¡catapún!!” y ya no existe. Sus componentes eran Eslovenia, Montenegro, Bosnia y Herzegovina, Macedonia, Croacia y Serbia (que incluía Kosovo y otras dos provincias autónomas).
Yo llegué allí desde Polonia y no sabía muy bien qué era lo que iba a ver. En aquel momento Serbia sonaba a algo oscuro, con matices soviéticos y olía a guerra. En cuanto llegué a Belgrado, la capital, me encontré con una ciudad llena de gente a todas horas. Un lugar que, aunque está lejos de ser una capital bonita, es agradable y la gente, en general, muy abierta. Una juventud con ganas de formar parte activa de occidente y de disfrutar de la vida.
También hay vestigios de las guerras de los 90 y muchas zonas de la ciudad tienen un feeling setentero a rabiar. En cualquier caso, yo me dispuse a conocer gente para ver qué se cocía por el lugar y lo que se cocía era la noche. ¡Les encanta salir de copas! Conocí a un grupo de gente autóctona y me invitaron a salir.
Fuimos de bar en bar, de un lado para otro y fui consciente de que les podrían quitar cualquier cosa menos esa. Me contaban como, en plena guerra, cuando caían las bombas, sonaban las sirenas y los edificios caían, ellos seguían con sus amigos bebiendo bajo el lema: “¡Si vamos a morir, que sea pasándonoslo bien!”. Ese es el espíritu, sin duda. Claro, que cada uno puede aplicar su definición de “pasárselo bien”. Para muchos de ellos, esa era.
Pasé varios días por la capital disfrutando de sus lugares emblemáticos, absorbiendo el dinamismo de sus calles y de salidas con mis nuevos amigos. Fueron días interesantes, sin prisas, sin objetivos concretos más que el de mezclarme entre sus gentes.
Cuando tuve suficiente me propuse visitar otra parte del conflicto, Bosnia y Herzegovina así que fui a comprar un billete de autobús que me llevara lo más cerca posible a Sarajevo.
Era pleno invierno y la ruta estaba completamente nevada. En el autobús, todos eran locales excepto un hippie inglés que me miraba con complicidad porque nadie le entendía. Comenzamos a hablar y nos dirigíamos al mismo lugar. Nos hicimos amigos e hicimos ruta juntos durante una semana hasta Croacia. Luego él siguió rumbo hacia Estambul donde se encontraba su novia y yo comencé mi andadura hacia Eslovenia.
Yo tenía 31 años entonces y él 20. Nunca olvidaré un momento en el que estaba yo pensativo y él se me quedó mirando y me preguntó: “¿Estás pasando la crisis de la mediana edad?”. A lo que yo le respondí: “Creo que eso llegaría, si tuviese que llegar, dentro de unos años. No tengo tiempo para crisis. Por ahora, lo que me tiene pensando es averiguar dónde carajos vamos a dormir si sigue nevando de esta manera y nos quedamos por el camino”.
Me miró detenidamente y dijo: “¿Seguro que no es la crisis de la mediana edad? Que son 31 tacos, tío… Aunque ahora me ha dado ansiedad a mí con lo de quedarnos tirados…”. No me quedó otra que finalizar la conversación con un: “Pues venga, yo con crisis de mediana edad, como tú dices, y tú con crisis de ansiedad ¡pero hay que pensar!”. Por cierto, ¿un hippie con ansiedad?
De eso hace exactamente 11 años por lo que, a lo mejor, ¿estará él hoy en su particular crisis de la mediana edad? Espero que no. Cada edad tiene sus cosas buenas y cosas sus malas. Según mi opinión, aceptarla evita esas crisis que no son más que un recordatorio de que la vida es corta. Yo capto el mensaje y sigo adelante tratando de disfrutar las buenas y de esquivar las malas. No hay tiempo para crisis. Ni antes ni nunca.
Bueno, después de esta “ida de pinza” ¡volvemos al autobús!
Lo que finalmente ocurrió fue que el cielo se abrió y nos dejó tremendos paisajes de pueblos bañados en blanco. La nieve nunca detuvo la travesía y pudimos cruzar la frontera para llegar al lugar más cercano a Sarajevo.
Dejábamos atrás Serbia, sus copas y las crisis para entrar en otro mundo. Pero eso ya será otro día.
¡Hasta la semana que viene!
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Aupa¡¡¡ Que bueno recibir tus articulos. Un gran desconocido para mi toda esa parte de Europa. Menos mal que hay estas tu para ayudarme a salir de la ignorancia, je,je.
En cuanto a la crisis de la “mediana edad”, opino como tu. Yo tengo 54 años y aun estoy esperando a la crisis de los 30, de los 40 y de los 50. Para todo hay que tener ganas. Y yo no tengo el cuerpo para crisis je,je. Mejor emplear el tiempo en cosas mas productivas.
Venga, un abrazo
Hola Lola! Así es y si te llega alguna pues como dicen los chinos: crisis=oportunidad. Un abrazo!