La semana pasada empezábamos un tremendo viaje a Tuvalu. Hoy lo terminamos con muchas anécdotas y curiosidades que harán que no se me olviden jamás estas islas. Espero que a vosotros tampoco. Si no leíste la primera parte, haz click aquí.
Continuamos…
Tuvalu tiene una de las economías más precarias del mundo pero ¿sabíais que una de las principales fuentes de ingresos de la misma proviene de la explotación de la extensión de dominios .TV? Si veis una página web que termine en .TV, no quiere decir televisión sino Tuvalu.
Como decía el lunes pasado, Tuvalu está desapareciendo como consecuencia del cambio climático y su punto más alto no llega a los cinco metros. Tarde o temprano tendrán que encontrar un lugar en el que preservar su población y su cultura. Suerte, amigos.
Entre que se hundía y no se hundía, yo pasaba mis días de un lado para otro. Hablando con la población local, tomándome una cerveza mientras disfrutaba de unos amaneceres impresionantes, sentándome frente al mar por las mañanas luciendo mi pareo (tengo casi más pareos que pantalones y allí no dejé de comprar uno al día siguiente de llegar) porque para las islas no hay nada mejor, cómodo y barato.
Estaba como en mi particular paraíso. Integrado. Sintiéndome vivo.
Recorrí toda la isla, cada rincón. Hasta me paré a comprar sellos sin saber que eran muy cotizados. Claro, como para conseguirlos.
Conocí a un pescador con su barquito y llegué a un acuerdo con él para que me llevara por todo el atolón. Le propuse al señor que había ido a trabajar en la planta eléctrica irnos de excursión con el pescador. El pobre señor es que estaba aburrido como una ostra. Era americano, mormón y muy agradable.
Así que nos pusimos en marcha. Parecíamos una pareja de cómicos de gira por Teruel. Yo con mi camisa de “señorona” y él nada menos que con calcetines altos y un gorro que parecía una pamela. Menos mal que no había turistas u otra gente porque uno tiene una reputación… y hay que mantenerla.
Nuestra primera parada fue en Funafala. Un islote al final del atolón al que los americanos, ante un inminente ataque aéreo de los japoneses en la Segunda Guerra Mundial, llevaron a la población para mantenerla a salvo. Sólo se quedaron una pocas familias (la población era de 10-15 personas) y allí siguen pasando sus días en la más profunda tranquilidad. Algunas gallinas, un cerdo, muchos cocos y un entorno que parecía sacado de la serie “Perdidos”.
No suelen recibir visitas así que nos recibieron con gran hospitalidad. Especialmente la que parecía la matriarca. Maja, maja. Nos dieron pez loro ahumado para comer y nos bañamos en una playa de ensueño de verdad.
A medida que íbamos recorriendo el atolón , se podían ver las islas típicas de los chistes. Súper pequeñas (se les da la vuelta en 30 segundos o menos), redondas y con una palmera en medio. Sólo faltaba el barbudo de pantalón corto con picos sentado con cara de abducido. Si se me llego a quedar, ése habría sido yo…
Aprovechaba para tirarme al agua de vez en cuando paraa hacer snorkel. Coral, tiburones, encontré a Nemo… Mientras, mi nuevo amigo me hacía alguna que otra foto escondido bajo su pamela y protegido por sus calcetines. ¡¡La foto se la tenía que haber hecho yo a él!!
Un buen día, de buena mañana, me propuse volver a Funafala. Quería pasar más tiempo con sus gentes. Si Fongafale es pequeño, Funafala es un islote diminuto. Cuatro chozas, mucha vegetación y agua por todos lados.
¡¡Cuando llegué me hicieron la ola!! No les había visitado la misma persona dos veces desde que, probablemente, algún Primer Ministro tuvo que bajarse en dos ocasiones distintas a echarse un pis de emergencia.
A la amable señora que parecía tener todo controlado por allí le llevé un paquete de cigarrillos que había comprado en Vaiaku. Todos estaban muy sorprendidos y hasta emocionados de volverme a ver. Era todo un evento. Me senté con su familia a la sombra y hablamos de la vida, de los sueños, de las costumbres…
Antes de irme, la señora me regalo una corona de flores que había hecho mientras charlábamos. Con visible alegría me la colocó en la cabeza y me dijo: “Que tengas buen viaje allá a donde vayas, querido amigo”. Jo, casi me echo a llorar. Me tocó la patata.
Mi barquito zarpó y nos dijimos adiós con la mano hasta que nos perdimos de vista en el horizonte. Adiós, amiga. Te llevo siempre en la memoria.
Los días se me agotaron y era hora de volver a Fiyi. Ni me acordaba de que, en algún momento, había perdido mi maleta. Pero allí estaba en un almacén del aeropuerto. Me agaché, la miré con cariño y le di dos golpecitos en la parte trasera como si de un amigo se tratase y le dije: “Lo que te has perdido, compañera, lo que te has perdido…”.
¡¡Hasta la semana que viene!! ¿A dónde viajaremos?
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artículo interesante muchas aventuras
Gracias Vladimir. Seguro que tú también tienes las tuyas! abrazos
Gran post de nuevo. Estos destinos de islas del Pacífico y lugares remotos me encantan y sin duda es un “must” para el futuro. Solo he visitado Hawaii, Oahu y Kauai (seguro que has estado), y fué brutal. Imagino que ya habrás decidido el próximo destino, pero mi sugerencia sería Indonesia, son muchas islas,seguro que da para más de un post
Hola Mario, gracias por tu comentario y por leerme. Así es, las islas remotas son una clase especial como destino. Cada una con sus cosas. Hawaii, efectivamente, un gran lugar para la aventura! te lo pasarías de miedo. En cuanto a Indonesia, no te preocupes, llegarán los posts. Eso sí, como bien dices, son tantas islas y tan dispares que da para muuuuuucho. Un abrazo viajero!