ISLAS AZORES: ¡¡Para Hacernos Caquita!!

Os prometí contaros un suceso que nos puso los pelos de punta en las Islas Azores así que hoy os lo voy a contar. ¡No tiene desperdicio! Si no leísteis los posts anteriores sobre estas islas, aquí los tenéis.

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Hasta ahora os he contado lo genial que son estas islas y esta anécdota no está reñida con ese hecho pero no todo iba a ser tan bonito, no. Bueno, el paisaje sí, esa exuberancia verde no varió. Pero en una de nuestras incursiones por allí, se nos ocurrió, en el Nordeste de la isla, donde se encuentra el Faro do Arnel, bajar al pueblito pesquero que queda justo al pie de escarpados acantilados.

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Yo le dije a mi amiga que ese camino estaba demasiado empinado, que la cuesta tenía una pendiente infernal y que sería difícil bajar ¡pero no te digo ya subir de vuelta! A lo que ella me respondió: “¡Aventura! Aventura!”. Y yo: “Sí, sí, ¡Aventura! ¡Yujuuu! Pero nos vamos mañana ¡y las vamos a pasar put… para volver de ahí abajo!”. Total, al final, como supongo que se trataba de no tener que subir aquella “cuesta en caída libre” andando me dije: “Uf, pues sí, que esfuerzo más gordo… Ni de coña…”. Y nos lanzamos…

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La bajada, muy despacito, con el pie en el freno permanentemente y el de mano como pistola en cartuchera. El coche se iba… Sudores fríos… Al final, con las caras más blancas que la bata de un científico, llegamos abajo y dejamos el coche en la mejor posición que pudimos para que no se fuera a ningún lado. Primera prueba superada.

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Unas fotitos del pueblito que era toda una “cuquez”, tocar el agüita, charlita con pescador, jiji, jaja, juju… y llegó el momento de volver. Madre mía… menudo estresaco cuando vemos que no hemos avanzado ni 15 metros cuando somos conscientes de que el coche, simplemente, no sube más. ¡¡No tenía potencia suficiente!! ¡¡¡Aventura!!! ¡¡¡Aventura!!! Le clavé los ojos a mi querida amiga y me devolvió una mirada tipo “¡UUPS! Jiji… ¿Y ahora?”.

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Tratando de hacer algunas eses a velocidad de tortuga pudimos avanzar un poco hasta que, de repente, ya el problema no era solo la potencia sino la tracción. Dos de las ruedas no tocaban el suelo. Las otras dos, patinaban… Todos los frenos puestos, el coche en posición que parecía una lanzadera espacial y los sudores fríos se convirtieron en angustia. Nos bajamos ya pensando que, de repente, el vehículo se iba de culo hasta el agua o se empotraba contra el faro (muy bonito, por cierto)… ¡¡ESTRESACO SUPREMO!! ¿¿¿CÓMO ÍBAMOS A SALIR DE ALLÍ???

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En ese momento apareció, en dirección contraria, una pick-up 4×4 con un señorín que nos miraba con interés. Se quedó allí, esperando que pasáramos por el hueco que él había dejado al arrimarse a un saliente del camino. Rápidamente, por la posición del coche y nuestras caras desencajadas se dio cuenta de que nos estábamos haciendo caquita de la buena. Me puse al volante y lo intenté de nuevo. Los neumáticos empezaron a echar humo y el vehículo, si a caso, retrocedió. De caquita, la cosa pasó a cacota.

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El hombre allí metido en su pick-up, se dio cuenta del problema y decidió bajarse. Abrió la puerta tranquilamente, se acercó a nosotros, se puso en cuclillas, estudió con detenimiento la situación y nos dijo: “Temush qui culucar o auto na posisao así asao consao…” (o algo así). Me puse a los mandos otra vez y empezamos, poquito a poquito, a buscar el punto en el que los cuatro neumáticos estuviesen en contacto con el suelo. El coche se me iba hacia atrás y yo veía el acantilado cada vez más cerca. Perdía terreno con cada intento… ¡¡¡PERO QUE SUSTO MÁS HORRIPILANTE!!!

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Me concentré todo lo que pude mientras sudores helados me recorrían todo el cuerpo y, pasado el tiempo, poco a poco, aprovechando la experiencia de nuestro nuevo amigo en el lugar y las indicaciones de los dos desde fuera, lo conseguimos. Todas las ruedas tenían apoyo y se hizo un cómodo silencio (cómodo especialmente para mí, que estaba apunto de que me diera un síncope). Ahora sólo había que esperar a que el coche subiera y, bit by bit, centímetro a centímetro, cogí algo de carrerilla y avancé unos metros. ¡¡¡UFF!!!

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¡Ahí me di cuenta de que mi amiga tenía que montarse también! ¿¿Pero cómo me iba a parar?? ¿Me salvaba yo y la dejaba con el señorín para iniciar una nueva vida? o ¿Le decía que caminase al lado del coche hasta que el camino me permitiera reducir la velocidad y que se subiera poco menos que al vuelo renunciando a una vida de ilusión con Joao? Finalmente, hicimos lo segundo (¿muy a su pesar? jeje) ¡Un abrazo desde aquí, amiga!

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Y así fue como llegamos a la carretera general y hasta que pudimos por fin respirar. Muy despacio, pero sin pausa, y con medio centímetro menos de perfil en las ruedas. Al día siguiente, por fortuna, cogimos nuestro avión, aunque no habrían estado mal unos días más en unas islas que son, realmente, una maravilla.

¡Hasta el lunes que viene!

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