DUSAMBÉ, TAYIKISTÁN: Los Placeres del Asfalto

Hemos pasado varios días en la Pamir Highway (Carretera del Pamir) viviendo no pocas aventuras desde que la cogimos en Kirguistán. Ahora terminan los fríos de las alturas y las hermosas montañas interminables. Finalmente llegamos a la capital de Tayikistán y, de ella, os voy a hablar hoy.

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Si os perdisteis la aventura, ¡¡la podéis empezar aquí!! Nosotros, nos sacudimos el polvo de la carretera y nos sumergimos en una ciudad que, a mi modo de ver, es la más bonita y entrañable de Asia Central. ¡¡Bienvenidos a Dusambé!!

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La verdad es que, tras tantos días de precipicios y alta montaña, apetecía ya estar en una city para hacer esas cosas que se hacen en las cities. Y lo bueno de ésta es que, aparte de lo controlable que es por su tamaño, también es agradable, limpia, barata, bonita y acogedora… No recuerdo la misma sensación en otras ciudades de la región. Al menos no de esa manera (o es que tras tantos días haciendo el cabra por la montaña mis percepciones estaban trastocadas).

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Aunque el plato típico allí es el plov (que está buenísimo y nos hicieron uno en aquellos días que no lo había probado mejor en mi vida), lo que yo quería nada más llegar a la urbe era comerme una hamburguesa. En aquel momento, me pareció la mejor del mundo (¡¡y lo sigo pensando!! Pero claro, dadas las circunstancias, lo mismo no era así…). Doble de carne al punto, con su queso derretido, unas patatas fritas de lujo… ummm… y, para acompañar, un cervezón de tamaño industrial. Era un lugar llamado Public Pub que parecía estar de lo más de moda.

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Por cierto, los baños… Del de hombres no os pongo una foto porque parecía el baño de un bar de camioneros de los años 80 con fotos de mujeres en pelotas forrando todas las paredes. Del de mujeres (¿o mixto?), os dejo la placa que había en la puerta. Cuanto menos, curioso

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Cuando quisimos volver a nuestro alojamiento, nos montamos en un coche que había por allí (en muchos lugares de Asia Central cualquier coche puede ser un taxi si ambas partes están de acuerdo en el precio). Era el vehículo de un joven aburrido que se pasan el día dando vueltas con sus amigotes.

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¡Ojo! Porque el tío estaba medio loco (bueno, loco completo), conducía a todo velocidad, totalmente pegado al volante con la cabeza apoyada en él, no se paró en ningún semáforo y, cuando nos bajamos y después de pedirnos más dinero del acordado, se fue derrapando ¡¡cuando no habíamos ni cerrado la puerta!! Fue una locura. Ni nos escuchaba ni frenaba… en fin… afortunadamente no pasó nada y el trayecto era corto… Que si no, la tenemos.

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Ya tranquilos después de la hamburguesa, la cerveza y el rally de Dusambé, nos dedicamos a disfrutar un poquito más de la ciudad. No faltan amplias plazas, edificios elegantes, parques, algunas avenidas grandes con árboles por las que pasean ellas casi siempre con su vestimenta tradicional y ellos con su característico pelo casco que parece ser lo último en estilo tayiko.

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Se pueden encontrar calles del vicio en las que principalmente se vende alcohol y tabaco, otras netamente comerciales en las que, a veces, son niños los que te atienden. En una ocasión, me acerqué a un señor que tenía un montón de camisetas a la venta en el suelo. Le pregunté el precio, pegó un berrido y apareció un niño de unos ocho o nueve años hablando en inglés con unas dotes comerciales dignas de mención. ¡Nos quedamos bocas! Y nos vendió una camiseta, claro. ¡¡Qué crack el chaval!!

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Uno de los lugares que siempre hay que visitar en las ciudades, a mi entender, son los mercados y allí fuimos a dar largos paseos y, lo mejor, ¡¡a comer!! Y fue la mejor comida de todo aquel viaje. Fuimos a comer allí un día dos personas y nos sentamos en una mesa (de cuatro) de un local pequeño, sin pretensiones y claramente familiar.

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Nadie nos entendía y tampoco sabíamos leer la carta así que estiramos el cuello todo lo que pudimos a ver qué comían los demás comensales y señalamos una sopa que, a la postre, me dejó marcado. Increíble, sencilla y, desde luego, híper-mega barata. Luego nos hicimos amigos de toda la familia y es que los tayikos son de lo más hospitalarios. ¡¡Y qué sopa!! Era de cabra o algo así. Brutal.

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Al día siguiente tratamos de volver al mismo lugar pero nunca lo encontramos en aquel laberinto llamado mercado. Nuestro gozo en un pozo pero no nos costó encontrar otras delicias buscando un poquito. Ummm… ¡¡Qué hambre me ha entrado!! Pues os dejo y seguimos la semana que viene. ¡¡Me voy a hacer un gazpacho!!

¡Hasta el próximo lunes!

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