La semana pasada me os presenté la capital de Tayikistán, Dusambé, así que hoy voy a rematar la faena con unas cuantas anécdotas. Lo confieso, me gusta esa ciudad. Me da paz.
Si os perdisteis mis primeras andanzas por allí, aquí las podéis leer. Nosotros, continuamos…
En aquellas fechas se celebraba el Día de la Victoria que conmemora la rendición de la Alemania nazi en 1945. De hecho, se celebra en todas las ex repúblicas soviéticas y es todo un evento. Desfiles, conciertos y diversas actividades para recordar un día clave en la historia del siglo XX.
Nosotros fuimos a uno de los conciertos y, madre mía, menudo despliegue soviético. Hoces y martillos por todos lados, representaciones bélicas y actuaciones al más puro estilo ruso de (entiendo) grandes figuras de la canción del país y la “Maaadrrree Rrrussiaaa”. ¡¡Toda una experiencia!!
Eso sí, había que levantarse de vez en cuando para mostrar respetos y la despedida final duró como cinco horas (o eso me pareció). Cuando ya te ibas a dar la vuelta y a echar a andar, salía otro artista haciendo reverencias con una sonrisa de oreja a oreja mientras se llevaba la mano al corazón con mucha pasión.
Y, así, una y otra vez. Y cuando ya no salía nadie andando al centro del escenario… Pues tampoco nos pudimos ir porque salió todo el elenco en pelotón (que eran como tropecientos mil) para una reverencia comunitaria y final… ¿Final? De eso nada…
Se fueron todos y salió una señora con más años que carracuca (que se veía claramente que era muy querida y toda una estrella en el país) a la que sentaron en una silla. Acto seguido, se echó unos carraspeos varios y se empezó a marcar una canción a capela… Como la pobre cantaba muy despacio, tras cada estrofa se callaba y se hacía un largo silencio (y tú ya te disponías a aplaudir y a abrirte en forma de alicate) pero con un brusco giro de cabeza para fijar la mirada en el infinito, aquella mayor y elegante mujer se echaba otra estrofa de repente… Como os digo, cinco horas…
Los días pasaban, nos dábamos más paseos, nos comíamos increíbles y baratas sopas, algún que otro tremendo plov y, como no, alguna hamburguesa de esas de las que ya os hablé la semana anterior) y mantuvimos muchas conversaciones en un ambiente relajado tras los precipicios de la Pamir Highway.
Una de ellas no creo que se me olvide jamás. Había una chica joven de unos 18 años en nuestro alojamiento que, mientras hablábamos precisamente de la maravillosa Pamir Highway, nos dijo muy entusiasmada que ella la iba a cruzar en bicicleta.
Hasta ahí, bien (no sería la primera persona que lo hace, supongo). Luego prosiguió diciendo que no tenía bicicleta alguna y que nunca había tenido (ni aprendido a montar). ¡Carajo! Que tampoco tenía tienda para acampar por las noches (muchas lunas le esperaban con ese medio de transporte) y que nunca había montado una… Todo esto te lo contaba muy risueña ella.
Se convirtió en la comidilla y muchos le dijimos los pros y los contras (sobre todo de éstos) de tal contienda sin tener ni idea de lo que hacía. A ver, que cada uno es libre de hacer lo que quiera pero esta chica se exponía a mucho. Hay que hacer las cosas con un poco (al menos) de cabeza. Cuando se le quitó la idea de la bicicleta y nos quedamos todos aliviados, al día siguiente comentó que, entonces, lo haría caminando. ¡¡Pero muchacha!! Que hay kilómetros y kilómetros entre poblaciones, estaba todo nevado y siempre te puedes encontrar con algún indeseable, ¡¡qué se yo!!
Todos nos quedamos preocupados y, en el peor de los casos, se llevó los mejores consejos aunque no creo que se lanzara finalmente. Y, si lo hizo, espero que tuviera suerte porque la iba a necesitar.
Y llegó el momento de marcharse de Dusambé, la ciudad tranquila, bonita, barata y acogedora… de seguir rumbo hacia la frontera con Uzbekistán por el norte de Tayikistán. Pero eso ya será otro día, que tuvo mucha miga ese trayecto y merece que le dediquen unas cuantas palabras… No os lo perdáis…
¡¡Hasta la semana que viene!!
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