TAYIKISTÁN: Sucesos Inesperados Rumbo al Norte

Llevamos varios días por este genial país llamado Tayikistán. Hoy dejamos Dusambé, su capital, para seguir rumbo al Norte hacia la frontera con Uzbekistán. Un tramo que, a la postre, resultó estar lleno de sucesos inesperados.

Si te has perdido los anteriores artículos sobre el país de los tayikos, ¡haz click aquí para ponerte al día! Nosotros, vamos siguiendo ruta…

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Los días que pasamos en Dusambé fueron relajantes. Tras haber acampado tantos días en las montañas, nos vinieron de lujo las duchas calientes y los paseos por la ciudad pero ya tocaba ponerse en marcha y así lo hicimos.

Lo primero que me sorprendió fue la cantidad de controles policiales que había por la carretera. Paraban a muchos vehículos locales (claro que, qué tonterías digo, el único vehículo extranjero seguramente era el nuestro en muchos kilómetros a la redonda, jeje). Un poco coñazo, la verdad, pero bueno, aceptamos control. Todo sea por la seguridad.

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Aparte de los controles, lo que había también era mucho túnel. Hasta ahí, bien, pero la comidilla en el grupo era que íbamos a pasar por uno particularmente terrorífico. Se referían al “Tunel de la Muerte” aunque su nombre oficial era el Tunel de Anzob. Está de camino entre la capital y la segunda ciudad del país, Juyand (Khujand), al Norte. Y lo terrorífico es porque ni tiene iluminación ni ventilación ni buen asfalto… ¡¡DURANTE CINCO KILÓMETROS!!

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Dicho así, acojona un poco pero “naaaa”… ¡¡no fue para tanto!! (aunque yo creo que lo han mejorado un poquito últimamente). Lo que si fueron unas risas era escuchar a unos cuantos decir cosas como “¿¿Y si tenemos un accidente aquí dentro??” o “¡¡¡No veo la luz al final del túnel!!!” o “¡¡No hay coberturaaa!!”. Afortunadamente no pasó nada porque, bien es cierto, que un accidente allí te dejaría muy mal parado (nunca mejor dicho)…

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En una de las paradiñas que hicimos para echarnos unos pises, al subir de vuelta al camión, un fuerte olor a caca inundó el habitáculo. ¡¡¡Qué tufazo!!! Todos nos mirábamos y nos hacíamos preguntas internas tales como “¿Alguno no entendió para qué paramos hace cinco minutos?” o “Ya sabemos que aquí se está más calentito pero… ¿Era necesario?”. Daba igual a donde fuera, el olor había venido para quedarse.

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Yo iba de un lado para otro hasta que, resignado, me senté en mi sitio a sufrir en silencio. En ese instante me pregunté a mí mismo para mis adentros internos… “¿Por qué será que el olor es igual de intenso allá a donde voy?”. Con mirada suspicaz me miré los zapatos y, en el derecho, saliendo tímidamente por un lado, una especie de barrillo inocente asomaba diciéndome con un suave y apestoso susurro: “Eres tú, jodío…”. ¡¡¡Qué vergüenza!!! Había pisado un zurulllo al bajar y ya no me abandonaría hasta la siguiente parada, dos horas después… ¡¡¡NOOOOO!!!

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La fortuna hizo que aquella primera noche acampáramos en un lugar al que llamamos el Valle del Mojito porque era un campo lleno de hierbabuena. Anda que no mola el olorcillo a hierbabuena, ¿¿eh?? Me fui a los confines del valle a limpiarme bien el zapato y mi vida volvió a tener sentido. Hasta ese momento, por supuesto, yo callado como un zorro…

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Qué sitio más bonito aquél. A veces da la impresión de que el campo es de todos, ¿no? pero… No. Por toda Asia Central, cuando nos disponíamos a acampar y a hacer todo un despliegue para hacer algo de cenar, aparecía siempre un señorín de la nada y ladera abajo para preguntar que qué carajos hacíamos allí. Se lo explicábamos, le poníamos ojitos y le prometíamos dejar el terreno mejor que cuando llegamos (en ocasiones, not true). Por suerte, nunca tuvimos ningún problema y eran de lo más amable.

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Nunca, hasta aquel día en el Valle del Mojito. El señorín llegó, sí, pero en un estado de embriaguez lamentable y empezaron unas risas que, poco a poco, se convirtieron en preocupación. El hombre, que se nos acopló totalmente, iba tan borracho que empezó a dar la brasa a todo el mundo. Del “jiji, jaja”, pasamos al “¡Eh! ¡¡Ojo con lo que haces!!”. Le dio por soltar besos a diestro y siniestro y… ¡atención!… a tocar a las chicas en sus zonas nobles y, no contento con eso, ¡¡también a los chicos!! (En la siguiente foto le podéis ver de espaldas en el lado derecho).

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La situación se puso muy tensa y no había forma de que nos dejase en paz. ¡No dábamos crédito a lo que estaba pasando! Y, entre lo borracho, y que no hablaba nada de inglés (y nosotros nada de tayiko, claro) llegamos a un momento en el que se abalanzó sobre mí para darme, lo que yo llamaría, un abrazo infernal. Con su olor a choto, se dejaba caer sobre mí como un peso muerto mientras me gritaba a la cara lo que parecía ser una canción tradicional tayika. Gritos acompañados de un aliento horrorosamente fétido y unos potentes perdigones que casi me dejan ciego. En ese momento, la situación se nos salió de las manos y tomó un giro tan inesperado como divertido y peligroso

¡¡Hasta el lunes que viene!!

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2 reflexiones sobre “TAYIKISTÁN: Sucesos Inesperados Rumbo al Norte

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