Hace un tiempo escribí sobre Japón y mis experiencias por allí y os prometí volver con fotos mejores y más actuales, ¿no? ¡Pues ha llegado el momento! Porque Japón es mucho Japón y hoy me voy a recrear en Tokio porque Tokio también es mucho Tokio.
Así que vamos a dejar la verde y tranquila Dominica, que visitamos la semana anterior, y nos vamos de nuevo al país del sol naciente. Por cierto, si queréis leer los otros dos posts que escribí sobre este país, lo podéis hacer aquí. En ellos me centro en diferentes zonas y ciudades de Japón, mis experiencias en lo personal y en lo laboral y os hablo un poco de su cultura. ¡¡Vámonos!!
La primera vez que fui a Japón me quedé sorprendido de verdad. En España, por aquella época, se pagaba en pesetas y los contrastes (y eso que yo vivía en Malasia que vivía un boom de desarrollo), eran tan notorios como deslumbrantes. No obstante, dos décadas después, y tras muchas y desafortunadas catástrofes sufridas por los nipones, volví a pasear mis pies casi planos por allí. Mis sensaciones en esta ocasión fueron algo distintas en algunos aspectos.
No cabe duda de que siguen siendo punteros en tecnología pero también lo es que la globalización tecnológica ha venido para quedarse. Los contrastes entre países se han diluido mucho al distribuir, las grandes empresas, sus productos a nivel mundial y prácticamente al mismo tiempo. Ya no vi ese súper contraste de la primera vez. Como digo, no es que ellos no hayan evolucionado sino que el resto nos hemos subido al tren y nos hemos puesto al día.
Eso sí, lo que todavía no he visto por otros lugares, al menos de forma estandarizada, son esos simpáticos inodoros que te limpian el trasero con un chorrito de agua a presión de diferentes intensidades o la recepcionista virtual que ya me atendió en una visita de trabajo allá por los años 90 cuando las canas, en mi vida, eran sólo un rumor de edades que nunca llegarían…
En fin, como mis canas y yo os decíamos, hoy nos vamos a centrar en Tokio únicamente porque da para mucho. Y es que es fascinante. Las luces, el movimiento, tanta gente, los ruidos, los cables, el asfalto, la comida…
Caminar por sus diferentes distritos es una experiencia para los sentidos. Por ejemplo, la zona de Akihabara. Ese lugar en el que nos sorprende el derroche de vatios de iluminación a todas horas, las tiendas de electrónica, de manga, de anime, las chicas vestidas de sirvientas invitando a los Maid Cafés (que están muy de moda). Vamos, se podría decir, sin temor a equivocarse, que es la capital friki del mundo.
Otras zonas como Shikuju o Kabukicho, entre otros, están llenos de bares y restaurantes donde comer desde sushi a okonomiyaki. Y hablando de comida. ¿Qué hay del ramen? Pues de los mejores que he comido. En concreto, el sitio al que hay que ir es a la Tokyo Ramen Street. Si, si, esta “sopa” tiene su propia calle y se encuentra en la estación central de la ciudad.
Largas colas encontraréis para comer esta delicia en los diferentes lugares que hay allí unos pegados a otros. Nosotros no entendíamos la máquina para pedir (y es que normalmente hay que pedir y pagar primero fuera). Recordad que primero se mete el dinero y luego se elige el plato. No hagáis como nosotros que allí estudiando la maquinita hicimos esperar a los hambrientos comensales de la cola que, por educación, esperaban pacientemente a que nuestras neuronas se conectasen.
Luego, en cuanto hay un espacio libre y te toca, te sientan, te sirven, comes y te vas porque hay mucha gente esperando entrar y haciendo una presión latente desde la puerta. ¡Así es el ramen en la estación! Una experiencia y un lujo que repetiría una y otra vez.
Y la comida me lleva también a una de mis calles preferidas de la ciudad: Omoide Yokocho (cerca de la estación de metro Shinjuku Nishiguchi) ¿Y por qué es tan especial? Pues porque es de esas calles súper estrechas, auténticas de verdad, con farolillos, mucha gente y restauranticos y pequeños bares a ambos lados.
Pero no son restaurantes normales, no. La mayoría tienen sólo cinco o seis puestos para comer. Si estás el último tienes que levantar a todos para salir. Digamos que es un hacinamiento voluntario.
¿Y la comida en estos lugares? ¡Pues principalmente casquería! Claro, si no te gusta, ni te sientes (además, para pedir una cerveza tienes que pedir comida sí o sí). Es más, mira que yo viví muchos años en México y me encantan los tacos de tripa, buche y nana (ubre)… Pero es que allí en Omoide Yokocho tienen ¡¡¡pinchos de útero!!! ¡¡¡¡De úterooooooooooo!!!!
No obstante, la calle paralela que parece tener el mismo nombre, tiene algunos excelentes restaurantes auténticos aunque algo más espaciosos y con comida mucho más variada y de sabores increíbles. En cualquier caso, comer por allí y tomarte una cerveza Sapporo es algo que hay que hacer y punto.
Y lo que me toca a mí hacer ahora mismo es salir a un asunto importantísimo (¿será que me espera un ramen…?). Así que os dejo pensando en lo del útero y todo eso y la semana que viene seguimos, ¿ok? Que me quedan unas cuantas cositas que contaros y alguna que otra recomendación…
¡Hasta el lunes que viene!
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